Un día de primavera por la mañana, acudí a la mujer que amo para preguntarle, ¿qué te deja la poesía si la lees?, a lo que me contestó:
La poesía me deja enamorarme, me libera de todo prejuicio y me permite sentirme plena, me da alas para volar a donde yo quiera sin necesidad de moverme. La gente argumenta que no les deja nada práctico, pero ¿qué más quieren que la mente practicando ejercicios mentales con metáforas y palabras rebuscadas que confunden...? ¡Esa es la verdadera belleza en los seres humanos!
Entonces asimilé que si la mente está en un constante ejercicio metafórico y la piel suda en cada poro la practicidad de alguna ilusión firme y leal, se logra en cierta manera entenderse a sí mismo para comprender un entorno que en ocasiones resulta complicado.
Y precisamente, un poeta pretende expresarse horadando de tal manera el pensamiento ajeno, que nos hace comprender esos incesantes demonios y ángeles que dentro de él lidian en constantes batallas. El poeta tiene el coraje que en muchos otros escasea, porque descobija al alma en un desahogo y la deja al descubierto para que el mundo lo interprete a su manera.
Al poeta lo critican, lo acribillan calcinando sus versos ya devaluados, le adjudican adjetivos trillados, le restan seriedad, lo hunden en indiferentes rechazos cuando canta y le huyen las masas, entonces, ¿por qué no ahuyenta también a los sabios y a los niños, al maestro y al pintor? (bueno, en realidad todos son uno mismo)… creo que eso se debe a que su sed de justicia espanta a los que tienen hambre de poder o algún otro tipo de soberbios antojos.
Por eso admiro al poeta, porque desde su santuario de incalculable sonoridad, cultiva el más antiguo y humilde de los oficios, transforma lo inexistente y crea pacientemente melodías e himnos que sólo el alma puede comprender, tal y como lo hacía mi recordado abuelo Don Héctor Barquín Rivera… con la poesía…
© Ricardo Galván Barquín
© COPYRIGHTS, todos los derechos reservados.